El (Los) sur : campos de lo imaginario. Mi Norte es el Sur
Le(s) Sud(s) : champs de l'imaginaire.
Le Sud c'est notre Nord
Mabel Franzone, Alejandro Ruidrejo (dir.)
M@gm@ vol.8 n.3 Septembre-Décembre 2010
REPRESENTACIONES DEL MUNDO ANDINO EN UN RELATO ORAL SOBRE FANTASMAS
Florencia Raquel Angulo Villán
florenciaraquel@gmail.com
Profesora de Letras, Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, Univ. Nacional de Jujuy (UNJU).
Así como los mitos
tienen la capacidad de explicar el surgimiento de un acontecimiento
natural u ordenar la vida en sociedad, existen ciertos relatos
que permiten la cohesión y otorgan identidad a los grupos
humanos. Este tipo de relatos involucra discursivamente a
una comunidad particular, ofreciéndole un sello distintivo,
una manera de diferenciarse de otras comunidades. Pero, sobre
todas las cosas, hace que las personas que constituyen ese
grupo se reconozcan unidas a esas historias y a esas acciones.
Nos referimos particularmente a las narraciones de tradición
oral que tematizan las historias de fantasmas. En este caso,
circunscriptas dentro de un locus de referencia particular:
la zona andina [1].
Cuando Gilbert Durand advierte acerca de la necesidad de estudiar
el imaginario desde un recorrido antropológico, lo hace reconociendo
que existen constelaciones de imágenes más o menos constantes
compartidas por el ser humano y su entorno material y social
(2006: 44-45). Es desde esta perspectiva que inscribiremos
nuestro estudio, teniendo en cuenta que si bien existen “imágenes
compartidas” las mismas se enriquecen en tanto pueden ser
leídas desde los códigos de la cultura que las produce. El
relato que hemos elegido para el análisis forma parte de un
amplio corpus de historias de fantasmas y aparecidos registrado
en la provincia de Jujuy, Argentina, durante los años 2006-2008.
Esta narración particular, que hemos denominado “La barca
en el cementerio” surge como explicación de un acontecimiento
particular: En el cementerio de Tilcara (Jujuy), a unos veinte
metros de la entrada y levantado entre humildes sepulcros
y otros pocos mausoleos, se encuentra una tumba que tiene
la forma de barca. Su estructura difiere de las demás y por
este motivo llama la atención. Los pobladores han tejido una
historia alrededor de la misma, que es la que sigue:
“En el pueblo ya hace un tiempo atrás había una casa que hasta
hace poco estaba, que ya la han destruido, la han volteado.
Tenía el frente rosado, vos la conociste. Bueno… ahí, hace
mucho, unos años, varios años atrás… en el pueblo corrió que
en esa casa abandonada que estaba destruida… se empezó a ver
luz, después de las once de la noche, se empezó a ver luz
y se sentía una máquina de coser que cosía.
Las primeras palabras de este narrador nos introducen en lo
que Gilbert Durand [2] ha
dado en llamar el régimen nocturno de la imagen, manifestación
de una estructura aglutinante que propicia los vínculos y
las relaciones. La luz que se enciende cuando el pueblo comienza
a perderse en la oscuridad y el sonido de la máquina aparecen
aquí como dos elementos que llaman a la comunidad, la convocan.
Para la cosmovisión andina la única forma de relación es la
comunitaria. Forma parte de los principios que rigen el ordenamiento
del mundo: la reciprocidad y la complementariedad del todo.
Dice J. Estermann que el hombre andino define su “identidad”
en y a través de relaciones. De tal modo, como observaremos
en el relato seleccionado no hay un “sujeto individual” que
resuelva o tome decisiones ante una complicación o una situación
a resolver. De allí la impersonalidad con la que se inicia
esta historia:
En ese tiempo, las máquinas eran… que tenían un ruido característico
que era… tac…tac…tac…tac… Se daba vuelta una manivela que
hacía coser. Bueno… corrió tanto la bolilla que no faltaron
los curiosos que se paraban frente a la casa a ver lo que
ocurría.
Es de notar la impronta comunitaria que posee este fragmento,
pues “el eje […] no es la persona individual “yo” y su suerte
particular, sino la personería colectiva de la familia y del
ayllu”(1998: 215). Por ello, el narrador no sólo hace uso
de marcas impersonales sino también reitera que lo que sucede,
le sucede al “pueblo” como se verá más adelante.
El “tac…tac” de la máquina, experiencia de la rítmica sexual,
convoca el carácter cíclico de la vida y a la vez es expresión
de la viscosidad entendida como una estructura aglutinante,
que atenúa las diferencias y conecta o acerca los contrarios.
Dentro de la visión andina del mundo, podemos hablar del “principio
de complementariedad”: integración armoniosa de los dos extremos,
en este caso la vida y la muerte, que se hacen presentes en
esta historia, que sigue así:
Y efectivamente, llegando las once, once y media, se encendía
una luz dentro y se sentía la máquina esa. Fue tal el alboroto
en el pueblo que intervino la justicia. Por orden del juzgado
se abrió esa casa y fueron la policía y todo. Cuando abrieron…
era una tapera todo lleno de tierra, muebles viejos hecho
pedazos, todo. Y… bue, revisaron, revisaron, y en un lugar
encontraron un cadáver, en una cama. El cadáver estaba vestido
de novia. Con un vestido ya totalmente que se estaba destruyendo
todo. Entonces, hubo gente del pueblo que recordó de quién
era esa casa. Hace mucho, antes de que ocurriera eso, veinte
años antes, llegó una familia de Tucumán… eran tres hijos,
dos mujeres, un varoncito. El hombre e… ingeniero que vino
por la cuestión de colocar el… trabajo que se hacía sobre
el agua… acá en Tilcara. Y su mujer.
El hombre, al año de estar acá, se hicieron esa casa y al
poco tiempo de hacerse esa casa, el hombre sufrió un accidente
y murió. La mujer, para poder seguir manteniendo a su familia,
como tenía una máquina de coser, de esa de manivela, empezó
a hacer vestidos y ropa para la gente del pueblo, como se
acostumbraba en esa época. Y con eso mantenía a su familia.
Un día, vieron alguna gente del pueblo que el hijo varón y
la hija más chica tomaban el colectivo y se iban rumbo a Jujuy,
después se enteraron que se fueron a Tucumán donde estaba
la familia y quedó la señora con su hija, con su hija mayor.
Pasó el tiempo, murió la madre… la señora, y quedó la hija
mayor que seguía cosiendo para la gente y… pero esa casa se
fue cerrando lentamente, primero ya no se abrió una ventana,
después la otra… después ella ya no salía. Una sirvientita
que tenía iba al mercao, compraba las cosas y volvía. Hasta
que un día queda esa casa cerrada, totalmente, nunca se supo
si de adentro o de afuera, pero estaba cerrada. Todo el mundo
pensó que esta mujer se había ido también a Tucumán a buscar
a su familia.
El tiempo destruyó la casa. El cadáver que se encontró era
de esta niña que habiéndose convertido en mujer y nunca había
podido tener novio, ni nada por las circunstancias familiares
se había hecho un traje de novia, se vistió y se dejó morir
en la cama. Y dejó una carta escrita que ya estaba totalmente
amarilla, vieja, al lado de su cama en donde ella decía que
toda su vida había soñado de casarse con un marinero que la
lleve a conocer distintos puertos, distintas cosas, la vida
y ahí se murió.
El pueblo le hizo un homenaje. Como ella quería ser marinero
y todo, la enterraron en un lugar del cementerio de Tilcara
y en honor a su sueño de que ella quería ser… le hicieron
una tumba que era una barca, cuando usted entra al cementerio
de Tilcara siempre lo puede ver, es un barquito y todo el
mundo se pregunta quién es ese, por qué le han hecho un barquito.
Bueno, esa es la historia por qué el pueblo permitió que se
haga un barco dentro del cementerio. Mucha gente cuando yo
cuento esto dice… ah! Es mentira, pero la verdad es esta.
La barca está en el cementerio y la historia está escrita
en la historia de Tilcara.” [3]
Del relato se desprenden varias imágenes que, si bien parecen
contrarias, no son más que dos caras de una misma moneda.
La joven que vive como una muerta encerrada en su casa o la
joven que muere pero que sigue viva en el deseo de la comunidad
que la recuerda. De este modo vida y muerte no confrontan,
sino que atenuadas se unen. Esta percepción del mundo que
se recoge en esta historia tiene un asidero cultural enraizado
en las prácticas vigentes en la zona andina dentro del entramado
de las prácticas rituales de épocas prehispánicas. La vida
y la muerte son dos elementos complementarios en un sentido
“meta individual y cósmico” (Estermann,1998: 215). Para el
hombre andino el “alma” es la persona difunta que sigue viviendo
y puede tomar posesión en lugares estratégicos (Ibidem).
Observa Antonio Paleari [4]
que “el pueblo inca creía firmemente en la vigencia del alma
después de esta vida […] Los indios veneraban a sus muertos
durante todo el año y en todo lugar pues también suponían
que al irse de la vida se corporizaban en árboles, piedras,
arroyos y animales que ellos consideraban sagrados (Paleari:
2005, 100-101).
Por otra parte, el hombre andino vive de acuerdo a un principio
de relacionalidad cósmica que tiene como elemento fundamental
el pacha. Dice Estermann que “Pacha” es la base común de los
distintos estratos de la realidad (1998:145). Estos estratos
son aspectos de una misma realidad, a saber: 1) “Hanaq pacha”:
no es el más allá, sino un concepto que abarca el campo cósmico
de arriba, un orden cósmico. 2) “Kay pacha”: es la realidad
tal como se nos presenta simbólicamente, es el espacio de
la vida y es el tiempo/espacio de la mediación entre el “Hanaq
pacha” y 3) Uray pacha o Ukhu pacha: la región de abajo o
de adentro, el lugar de los muertos. Es en el “Kay pacha”
donde “se juega prácticamente la suerte de todo el cosmos
que a través del ritual y la celebración se reconstituye y
revitaliza”(1998:159). Por esta razón es en el “espacio de
la vida”, en el “Kay pacha” en donde la comunidad debe resolver
el deseo de la joven muerta, y es en este mismo espacio en
donde la joven debe expresarlo.
A la creencia en una vida después de la muerte física se le
suma la imagen de la noche, que como dice Durand “es el día
mismo del país de los muertos”(2004:226) y en este país, en
este otro espacio se invierte el valor de las cosas: “lo que
era viejo, estropeado, pobre, muerto, sobre la tierra, allí
se vuelve nuevo, sólido, rico, vivo”(2004:226), como en esta
historia, la casa abandonada, es decir, en la que no vive
nadie, una casa destruida, de pronto, en la noche cobra vida.
Aparece la luz y se escucha el sonido de una máquina que debe
ser manejada por alguien. Pues la tecnología se relaciona
con el hombre en actividad, de allí que se deba necesariamente
unir la acción de coser en la máquina a una persona que está
viva.
Pero la imagen de la “noche oscura” en la que suceden estos
acontecimientos puede tener dos sentidos: puede ser el signo
de las “tinieblas del corazón” y la “desesperación del alma
abandonada” y por otra parte puede ser leída como un “lugar
de comunión”. Creemos que así como los contrarios “vida y
muerte” se acercan en esta historia, también los sentidos
de la noche se entrelazan: Esas “tinieblas del corazón” muestran
el desconsuelo y la carencia del amor entre una mujer y un
hombre. El alma abandonada que no ha experimentado la pasión
amorosa y sexual clama a través de la repetición rítmica de
la máquina y de la aparición de la luz que emerge de las tinieblas
y hace evidente lo que de otro modo quedaría en la oscuridad.
Oscuridad que podría interpretarse también como incompletud
o deficiencia. En coincidencia con el modo de entender el
mundo del hombre andino, para quien se “es” en la medida que
se realice complementariamente, puesto que la persona particular
requiere para su compleción del polo opuesto o complementario.
(1998:207)
Hay en esta historia un lazo de unión con la forma de percibir
de los románticos para quienes la noche es “inefable y misteriosa”
y permite que los recuerdos “suban al corazón”(2004:227).
Nuevamente aparece aquí la memoria como una fuerza que traspasa
tiempos y espacios y que se convierte en vínculo entre los
hombres.
Pues el sonido rítmico de la máquina de coser y las luces
que se encienden por la noche llaman a la gente del pueblo
a reunirse en torno a la casa semi destruida y no sólo se
juntan sino que ingresan en ella para observar lo que allí
sucede. Así de devela ese otro sentido de “la noche oscura”
que es el del lugar de la comunión.
Otras parejas de contrarios se unen en este punto: “ser y
no ser”, lo que existe y lo que no. Existe el alma de esta
joven mujer, existe un sentimiento y una pulsión, el amor
y lo sexual, existe el deseo de trascender, más allá de las
apariencias de la realidad que están representadas en el cadáver,
en el vestido virginal, o en la casa cerrada.
Hay otra imagen importante: la mujer muerta vestida de novia
dentro de una casa cerrada. Se presenta aquí una relación
de continuidad entre ese dormitorio donde reposa el cadáver
y el cementerio. Etimológicamente koimeterion quiere decir
“cámara nupcial”. No hay divorcio ni rechazo entre estos dos
espacios pues la mujer muere esperando que se haga realidad
el amor. Y además, la misma imagen permite que esa gente que
ingresa a la casa, pero también nosotros, que observamos desde
una posición crítica alejada de los hechos, entremos en contacto
con la intimidad de sus sueños, de sus sentimientos, de su
esencia. Es como dice Bachelard, citado por Durand al hablar
del ser encerrado en su tumba, “un ser devuelto a la profundidad
de su misterio”(2004:245). En el cuarto secreto de la casa,
en el cuarto preparado para el reposo, yace la mujer. Al igual
que las bellas durmientes de los cuentos. Dormida o muerta.
Esperando que un hombre la venga a despertar. Sin embargo,
en este caso, no es un príncipe sino el pueblo mismo y su
despertar es un volver a vivir en la memoria de esa comunidad.
De este modo la muerte se invierte, se vuelve vida para la
joven costurera. Una vida que trasciende el mundo terrenal.
Y la posibilidad de trascendencia, que es la de permanencia
en la memoria, es posible gracias a una múltiple preservación
que sigue el siguiente camino: primero en el seno materno,
pues la joven no se separa de su madre con quien se queda
cuando sus hermanos se han ido; en segundo lugar, en un claustro
que es la casa cerrada; en tercer lugar, dormida-muerta en
su cuarto y luego en el cementerio, en una tumba, que además,
es una barca. Se ratifica de este modo a la muerte como dice
Cellier, citado por Durand, “la suprema iniciación a la vida
inmortal”(2004:247) y se aprecia la eufemización de la muerte
hasta su antífrasis en vida.
El párrafo anterior nos presenta “dos polos psíquicos de la
representación”( Durand, 2004:249): en un extremo el seno
materno y en el otro, la tumba, ambas son imágenes del arquetipo
del “continente”. Si nos detenemos en la casa podemos observar
que se presenta como símbolo del cuerpo. Los lugares de la
casa pueden leerse como equivalentes anatómicos. “Las habitaciones
de la morada hacen las veces de órganos”, dice Baudouin citado
por Durand (2004:251) Y en el relato podemos relacionar las
ventanas con los ojos que se cierran. Decía el narrador: primero
ya no se abrió una ventana, después la otra… De este modo,
casa y cuerpo podrían leerse como una metáfora de ese ir dejándose
morir lentamente. El narrador continúa: no se sabe si la casa
se cerró de afuera o de adentro. Esas cerraduras refuerzan
más todavía la intimidad y el secreto (Durand, 2004:252) y
nos llevan a pensar en el misterio de ese encierro del que
no se sabe nada. Pero a la vez se presta a inferencias que
van desde el suicidio como una representación de la voluntad
“desde adentro”; o un condicionamiento “desde afuera” en el
cual influyen las circunstancias familiares y sociales como
determinación de su muerte en vida. Esta segunda posibilidad
explicaría aún más la participación de la comunidad para resarcir
el “abandono” en que ha dejado a uno de sus miembros.
De una u otra manera, la casa antropomorfizada tiene órganos,
como ya dijimos, y el dormitorio, parece ser el lugar más
íntimo, tal vez el corazón o el alma de esta casa. Pues, “toda
la casa es más que un “lugar donde se vive”, es un ser vivo,
dice Durand. (2004:251) Sin embargo, hay que considerar que
dentro de la cosmovisión andina “la casa” simboliza todo el
universo (Estermann, 1998: 147), todo y todos pertenecen a
una sola familia. En otras palabras, lo que le ocurre a uno,
le sucede a todos o tiene consecuencias en la comunidad.
A la repetición del espacio que contiene y que en este relato
parece multiplicarse y encastrarse indefinidamente (léase
vientre materno, casa, dormitorio, tumba) hay que sumarle
la imagen de la barca. Afirma Durand, que la forma ahusada
de la barca puede sugerir los “cuernos de la luna” o la rueca
de las hilanderas. Como este relato responde a esa característica
del régimen nocturno que es la viscosidad aglutinante, la
unión de contrarios, la eufemización de las imágenes, nos
animamos a decir que se encuentran aquí las dos imágenes imbricadas.
Los “cuernos de la luna” representación, dentro del régimen
diurno, del tiempo destructor, instrumento de mutilación de
la vida, se eufemiza en la imagen de la rueca de las hilanderas,
es decir, representación del tiempo circular, de la vida que
no acaba. Pero a la vez, la barca y su “forma sugestivamente
lunar” es el primer medio de transporte y puede ser vista
como ese objeto que sirve tanto para transportar el alma de
los muertos como para conservar la vida. (Durand, 2004:258)
El conjunto total de todas estas imágenes nos permite profundizar
en tres rasgos propios de la noción de “continente”, nombradas
por G. Durand: el transporte, el trasvasamiento y la colección
(2004:257). Así, consideramos que las imágenes precedentes
funcionan como transporte, permiten ir de un espacio hacia
otro, en este caso del espacio de la vida física, hacia esa
otra vida de lo espiritual, de lo eterno que está más allá
de la muerte. Por lo tanto, si las imágenes son medio de transporte,
también lo son de movimiento, aquí reside el trasvasamiento,
ligado al cambio de un estado a otro. El transporte permite
asegurar así el paso hacia ese otro mundo, mundo que como
ya hemos observado, está íntimamente ligado a la memoria,
y es aquí donde se pone en ejecución el último rasgo: la colección.
Colección entendida como acción de conservación pero que implica
también una imagen de la infinitud, porque lo que se colecciona,
no acaba, siempre continúa. En la colección, en esa conservación,
pueden leerse las “huellas” de un sujeto (sujeto en comunidad),
pues, allí se hace presente, como dice R. Dorra: “su imaginación,
su deseo, su necesidad de encontrar una forma de habitar el
mundo” o “lo que ha deseado dejarnos como testimonio de su
paso por el mundo”(Accame et al.,2008:10). Mientras que nosotros
podemos agregar que en esa “barca del cementerio” no sólo
está el deseo de la mujer que busca el amor, sino también
las marcas indelebles de esa comunidad que ha decidido recordarla
y no olvidarla.
Finalmente, hay una última imagen que, creemos, aglutina,
todas las demás imágenes del relato. La imagen de la máquina
de coser y la tarea de costurera de la mujer. Al respecto,
dice G. Durand que los instrumentos y los productos del tejido
y el hilado son universalmente simbólicos del devenir y que
hay una constante contaminación entre el tema de la hilandera
y el de la tejedora (2004:330) En nuestro relato podríamos
acercar el coser al tejido, y la costurera, oficio al que
se dedica primero la madre y después la hija mayor, puedan
considerarse isomorfos de la tejedora. Representación de la
“ligazón tranquilizadora” y “símbolo de continuidad” como
dice Durand, el acto de coser permite pensar en la continuidad,
en la trascendencia, en la unidad pues el tejido, que proviene
de la palabra latina “textum” permite que este relato se convierta
en una verdadera trama en la que se urde lo íntimo junto a
lo comunitario.
Y se consolida con el símbolo del círculo” que representa
la “totalidad temporal y del nuevo comienzo” En nuestro relato,
no solamente el círculo que representa la manivela que gira
y que mueve la máquina de coser, sino también en la continuidad
que representa la acción de quedar dormida en la casa para
pasar a dormir en la tumba. En esta imagen se une el círculo,
movimiento de la manivela, y también la barca como expresión
del viaje. Y el devenir, la circularidad, es palpable también
en el orden discursivo, en la selección de verbos, y la repetición
de sustantivos, como sucede en el siguiente caso: “la barca
está en el cementerio y la historia está escrita en la historia
de Tilcara”, como corolario de esta estrecha ligazón que teje
y trasciende en la memoria de la comunidad.
Notas
1] La Zona Andina comprende
un extenso territorio ubicado a lo largo de la Cordillera
de los Andes (América del sur) Desde una perspectiva geocultural
abarca los territorios andinos y circundantes, desde el sur
de Colombia, pasando por Ecuador, principalmente por Perú,
Bolivia, hasta Antofagasta en Chile y el noroeste de Argentina.
(https://es.wikipedia.org/wiki/Imperio_inca)
2] Durand, Gilbert, 2004,
Las estructuras antropológicas del imaginario. Introducción
a la arquetipología general, Fondo de Cultura Económica, México.
3] Narrador: Lobo Lozano,
68 años, talabartero, coplero. Relato recogido en 2006.
4] Paleari, Antonio: 2005,
Diccionario Mágico Jujeño, Impresora del Plata, Buenos Aires.
Bibliografía
Accame, J. et al., 2008, La colección, Ediciones del copista,
Córdoba.
Durand, Gilbert, 2004, Las estructuras antropológicas del
imaginario. Introducción a la arquetipología general, Fondo
de Cultura Económica, México.
Paleari, Antonio, 2005, Diccionario Mágico Jujeño, Impresora
del Plata, Buenos Aires.
Estermann, Josef, 1998, Filosofía Andina. Estudio intercultural
de la sabiduría autóctona andina. Cusco, Ediciones Abya Yala.
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