El (Los) sur : campos de lo imaginario. Mi Norte es el Sur
Le(s) Sud(s) : champs de l'imaginaire.
Le Sud c'est notre Nord
Mabel Franzone, Alejandro Ruidrejo (dir.)
M@gm@ vol.8 n.3 Septembre-Décembre 2010
POESÍA EN EL PARALELO 40 SUR: MEMORIA MESTIZA Y TERRITORIO EN LA POESÍA DE DELIA DOMÍNGUEZ Y JAIME HUENÚN
Sergio Mansilla Torres
changuitad@gmail.com
Doctor en Letras-Profesor-Escritor, Universidad Austral de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades, Instituto de Lingüística y Literatura.
DELIA DOMÍNGUEZ
Y EL SENTIDO DE BUSCAR EL SENTIDO DE LAS PALABRAS
Delia Domínguez (Osorno, 1931) inaugura su libro La gallina
castellana y otros huevos con un epígrafe de Octavio Paz referido
al trabajo de las palabras: “El sentido no está en el texto
sino afuera. / Estas palabras que escribo andan en busca de
/ su sentido, y en esto consiste todo su sentido”. Me viene
a la mente la fórmula lacaniana para describir lo Real absoluto:
“aquello que radicalmente se resiste a ser simbolizado” [1],
fórmula que vale para examinar una de las claves centrales
de la poesía de Domínguez: se escribe no para comunicar significados
ya terminados, definidos, preexistentes al texto, sino que
la escritura registra el trabajo mental de buscar (y hallar)
sentido en los signos-cosas de lo que podríamos llamar el
gran Libro de la Vida, cuyos códigos, sin embargo, Domínguez,
su lectora impenitente, apenas si los adivina a retazos. El
sentido último de este Libro sigue y seguirá siendo un misterio:
aquello que radicalmente se resiste a ser simbolizado. El
trabajo de la poetisa es justamente descifrar ese misterio,
lo que, en el caso de Domínguez, equivale a un empeño por
(re)construir el lenguaje del mundo desde y con su insoslayable
subjetividad de mujer campesina nativa de alma y de cuerpo
de los llanos de Osorno.
Desde la perspectiva de la autora, para aproximarse con alguna
eficacia a este objetivo mayor, no hay más camino que romper
el mundo. “El ave rompe el cascarón. El huevo es el mundo.
El que quiera nacer ha de romper el mundo, como el ave que
vuela hacia Dios”, leemos en el segundo epígrafe (tomado de
Herman Hesse) con que se inaugura La gallina castellana… y
que sintetiza otra de las claves centrales del mundo poético
de Domínguez: la búsqueda de sentido es siempre una ruptura
con la “casa del ser” (Heidegger dixit), sobre todo cuando
ésta se estrecha más de la cuenta y se vuelve un espacio de
limitante ceguera para con la alteridad. La poesía de Domínguez
puede leerse como diario de viaje que relata la migrancia
que va desde la estrechez de la habitación aquélla en la que
concibe y escribe su primer poema —algo que hoy se puede leer
como el primer gesto de ruptura contra un orden de cosas asfixiante
y reductor— hasta la vasta amplitud del universo, cuyos signos
resistentes al lenguaje humano invitan y desafían todo el
tiempo a la poetisa a simbolizarlos en el poema o en la crónica,
géneros en los que Delia Domínguez demuestra su extraordinario
talento creativo [2].
“Veo la suerte por las yeguas. No es frecuente tamaño desenfado
para decir el vaticinio […] Esto es ver y transver”. Así describe
Gonzalo Rojas la función profética que, a juicio de Rojas,
Domínguez le otorga a su poesía (prólogo de La gallina castellana…),
. Pero el vaticinio no es cosa de adivinar el futuro simplemente,
y no lo es porque los signos son en lo esencial inestables,
porque el código en el que éstos se inscriben es en sí mismo
un arduo quehacer de palabras-cosas en permanente “revoltura”
(sigo en esto el especialísimo léxico de Domínguez), y, además,
porque vaticinar es menos ver el futuro y mucho más leer (o
sea, “ver y transver”) el pasado, cuyas inscripciones están
ahí en el libro de la memoria que interpela a quien escribe.
Cuando Rojas se refiere al desenfadado lenguaje del vaticinio,
alude al poema “Veo la suerte por las yeguas”: “se revuelcan
las yeguas en el pasto ovillo […]/ algo grande va a pasar
si no se paran pronto / estas yeguas mulatas” (20) [3].
En el poema, Domínguez hace suyo el rol de descifradora de
señales (“las señales no mienten”); pero ¿qué descifra en
realidad? En rigor no vaticina ningún futuro que no sea la
constatación de que la vida y la muerte están ahí a la vuelta
de la esquina y que sólo es cuestión de recordar “toda la
historia de la casa”, historia colmada de huellas de sus ancestros
familiares que se hacen presente en la memoria de “las Polonesas/,
el Danubio y la Marcha Triunfal” (20). La muerte ya ha estado
en casa, y el juego de las yeguas no hace sino recordarnos
nuestra propia fragilidad e incapacidad para torcer a nuestro
amaño aquellos acontecimientos de origen y final de nuestra
estancia en este mundo. “A estas alturas / nadie puede ordenar
a los hijos del paraíso” (20), nos sentencia el poema, dando
a entender que el vaticinio está muy lejos de ser un medio
para “ordenar”. Los dados han sido ya echados: el paraíso
se perdió en algún tiempo anterior al tiempo, y hoy “todo
es un golpe de yeguas volteadas / sobre el óxido empastado
de América del Sur” (20). La casa deja de ser la casa del
yo en un sentido íntimo y familiar y se vuelve la gran casa
mestiza de América del Sur en la que el “óxido empastado”
puede verse como símbolo de una muerte que contiene vida y
viceversa (recordemos que la “malura” de las yeguas alude
también a la porfiada persistencia de la naturaleza deseante
y procreadora).
El trabajo del yo-vaticinadora consiste en buscar sentido
en la “revoltura” de los signos; dar, por ejemplo, con el
significado de la “malura” de las yeguas. Pareciera que estas
conductas fueran simples cotidianidades de la naturaleza;
pero no: son signos de misterio que hacen evidente cuán poco
sabe el yo del sentido profundo de los seres y objetos: “Pero
yo no sé si el tiempo del hombre/ es igual al tiempo de los
pájaros”, nos dice Domínguez en “Réquiem” (La gallina castellana…,
21), dejando en claro que si puede vaticinar algo no será
sino la constatación de la pequeñez humana ante los misterios
difícilmente simbolizables de la realidad vasta del universo.
Poetizar lo real —entiéndase, simbolizarlo con lenguaje— será
entonces un ejercicio de develamiento, siempre provisional,
del sentido del texto del mundo, sentido que, como lo sugiere
el epígrafe de Paz antes aludido, no está en el texto sino
fuera de él: no está en el mundo, en este mundo, sino fuera
de él, en la insondable trascendencia apenas entrevista en
el gesto de las yeguas, en el vuelo de los pájaros, en la
lluvia, en los frascos azules que vinieron alguna vez de Hamburgo,
en todos aquellos elementos materiales que conforman la geografía
poética de Delia Domínguez, rural, sureña, silvestre por sobre
todo.
Descendiente ella por línea materna de colonos alemanes que
arribaron al sur de Chile en la segunda mitad del siglo XIX,
desde sus primeros textos siempre ha hecho de sus orígenes
personales, familiares y culturales una cantera de materiales
poéticos cada vez más cargados de memoria que convierte el
recordar en un paradójico ejercicio de develar los indescifrables
misterios cotidianos de este mundo. Es frecuente, pues, hallar
en su poesía referencias nostálgicas al hogar de la infancia
—punto que lo emparienta con la poética de los lares (del
hogar y la memoria de la aldea)— y continuas remembranzas
a los tiempos de los padres y abuelos cuando ellos eran protagonistas
de la etapa fundacional de una ruralidad “germánica” en un
territorio, cuya naturaleza a la vez feraz y hostil había
que domeñar. Domínguez se ve a sí misma como una mestiza de
sangre hispano-germánica, pero, por encima de todo, como una
mestiza de la memoria: una rama de su pasado es germánico
inmigrante, otra hispano-católica, una tercera indígena mapuche-huilliche
por las memorias de quienes ayudaron a criarla y a hacerle
olvidar su temprana orfandad materna [4].
De estas madres postizas aprendió Delia a leer los signos
de la naturaleza, a narrar el ensueño sacralizado de los tiempos
en que el abuelito Wenteyao caminaba por la tierra antes de
convertirse (o de entrar) para siempre en la roca de Pucatrihue,
ahí donde el océano Pacífico y la Cordillera de la Costa chilena
se unen como si fuera la intersección permanente entre el
“cielo de arriba” (huenumapu) y el “cielo de abajo” (inchemapu)
[5]:
Aquí vivo
conjurada por las noches de campo
y los mugidos de las vacas
que van a parir a la salida del invierno.
[…]
Ésta es la zona: km. 14, Santa Amelia
virando hacia el oeste,
con todas las jugadas de la vida
y todas las jugadas de la muerte.
[…]
Ésta es la fibra fiel de la madera
donde calladamente me criaron
entre colonos y mujeres
que regresaron a su greda.
Aquí vivo con la puerta abierta
y este amor
que no sirve ni para canciones ni para libros
con mi alianza sin ruido en Santa Amelia
donde puedes hallarme a toda hora
entre las herramientas y la tierra. (“Ésta es la casa”, La
gallina castellana…, 60-62).
Casa rural, símbolo de uno de los fundamentos de su mundo
literario —que es al mismo tiempo fundamento de una cierta
metafísica de la vida de quien escribe esas palabras que incisivamente
buscan su sentido—, cuya materialidad ontológica, sin embargo,
no es sólo discursiva: la casa de Delia Domínguez, construida
en 1920, está, en efecto, ubicada en Santa Amelia de Tacamó,
km. 14, provincia de Osorno. Conservada casi tal como era
la edificación en los años 30, década de la infancia de la
autora, constituye un verdadero monumento arquitectónico que
habla de una época en que la comunidad de colonos de origen
germánico estaba a la vanguardia de la modernidad agrícola
que tenía todavía un aire rural, aldeano, y cuyos ritmos de
producción eran todavía los de la naturaleza.
De ese pasado expansivo, cuando se estaba construyendo lo
que sería (y ya era en la década del 30 del siglo pasado)
la clase terrateniente que ocupó los llanos de Osorno, queda
una neblinosa nostalgia en la que se oye el murmurar de Rilke
y las cadencias sinfónicas de Mahler en una vieja victrola,
invitando a oír y a meditar la “Canción de la tierra”, acaso
como uno de los sustitutos de la voz materna que enmudeció
para siempre cuando Delia era niña. Poesía documental, entonces,
cuyos referentes inmediatos han acontecido como experiencias
efectivamente vividas por la escritora, referentes que no
se agotan en la sola constatación de su existencia o en su
sola evocación: tales referentes devienen signos revueltos,
de difícil lectura, constitutivos y constituyentes del gran
Libro de la Vida (y de la muerte).
Si en sus escritos de los años 60 y 70, Domínguez despliega
una memoria circunscrita a los referentes personales y familiares
en un sentido intimista, en sus textos más recientes el arco
del recordar ha ganado en amplitud tanto que, si hay una característica
definitoria de su poesía más reciente, ésta sería —y lo digo
aun a riesgo de una simplificación excesiva— la construcción
de un discurso de memoria que imbrica cada vez más lo personal
con lo colectivo, la casa de la infancia con la casa del lenguaje,
los ancestros de sangre con los de la cultura, las tierras
osorninas con una personalísima metafísica de la trascendencia,
los lenguajes populares rurales con la memoria lingüística
de la mejor poesía universal, lo germánico con lo mapuche
huilliche, la sexualidad de los cuerpos con la seminal energía
creadora de la divinidad que en Domínguez adquiere tintes
panteístas.
Nací de avenas huachas
de sangres idas y venidas
entre la costa del Báltico y la Butahuillimapu [6]
del paralelo 40 sur.
Allí se mestizaron las sangres y sus crías.
Sobrevivo: la maleza en los patios de sombra,
y vengo a ser guardiana de Icoquih
—la estrella que aparece antes del sol— según el Popol Vuh,
y vengo a ser guardiana de una modesta historia
escrita con “lapiz de leche” [7]
en la levedad de las nieves de la infancia.
Que entierren o desentierren da lo mismo.
No hay boleta de garantía para la eternidad.
Pero están los volcanes. (“Lápiz de leche”, Clavo de olor,
48-49).
Los versos sugieren que la conciencia mestiza de Delia Domínguez
no se reduce a reconocer un cierto cruce biológico de sangres
o algún presumible sincretismo cultural en una escritura que
se hace con referencias a realidades pertenecientes a dos
o más mundos socioculturales. En Domínguez, la conciencia
mestiza es una estructura de sensibilidad abierta, por una
parte, a las asimetrías de un recordar nostálgico, deseante,
a la vez escéptico y resignado, que da cuenta de los desequilibrios
y fisuras de un pasado familiar cuya historia se hizo a punta
de esfuerzo épico pero también de intolerancia y de subalternización
forzada de quienes fueron sirvientes e inquilinos de las familias
germánicas acomodadas. Por otro lado, se trata igualmente
de una es tructura de sensibilidad que hace de la memoria
un espejo en el que se refleja la única realidad que realmente
poseemos: el aquí y el ahora, con sus materias vivientes y
murientes y que conforman la totalidad del cuerpo-mujer que
escribe, y que, al escribir, recuerda, registra, inventa,
vaticina. Un aquí y un ahora en el que la escritura halla,
en definitiva, su imposibilidad de sentido absoluto. “Pero
están los volcanes”, símbolos de la mudez esencial que aflige
al hablante y que sobrevive a todo murmurar; mudez que, por
paradójico que parezca, es la que hace posible la palabra
en busca de su sentido: el silencio —un ensordecedor silencio
cargado de mundo— es, de alguna manera, el verdadero sentido
que se busca en el decir poético.
JAIME HUENÚN Y LA MEMORIA MESTIZA DE LOS OLVIDADOS
“No estoy solo jamás, / muchos de los que vivieron antes que
yo, que a veces se disuelven / urdieron / lo que soy”. Es
el epígrafe, tomado de Rilke, con que Delia Domínguez inicia
su “Discurso de incorporación a la Academia Chilena de la
Lengua (25 de mayo de 1992)” y que bien podría ser aplicable
en todo rigor a la poética de Huenún: “Quien ante ustedes
está debe primero presentarse, hablar de su familia, nombrar
como conjuro los eslabones de su progenie mestiza […] Mapuche
en castellano, chileno en mapuzungun, los linajes de mi sangre
se entrelazan y extravían en las oscuras y torrenciales tierras
del sur, en los ríos, tembladerales y campamentos valdivianos
y en los bosques y las montañas huilliches de la Cordillera
de la Costa osornina.” (Huenún, “Discurso de recepción del
Premio Pablo Neruda, 2003”, en línea). No por nada en el discurso
de Domínguez antes aludido cita versos del entonces joven
poeta Jaime Huenún Villa (Valdivia, 1967), “con su habla iluminada
de rescoldos huilliches” (117-8). Se hace evidente la confluencia
de sensibilidades entre Domínguez y Huenún, descendientes
ambos de ancestros cruzados, hablantes de lenguajes migrantes
entre diversas orillas culturales.
Los árboles anoche amáronse indios: mañío e ulmo
pellín e hualle, tineo a lingue nudo a nudo amáronse
amantísimos, peumos
bronceáronse cortezas, coigües mucho
besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta,
el amor despertar
de las aves ya arrulladas
por las plumas de sus propios
mesmos amores trinantes. [8]
Huenún hizo sus primeras armas poéticas en el muy poco concurrido
(de hecho, nunca asistieron más de cuatro alumnos a la vez)
taller literario del Colegio San Mateo de Osorno, allá por
los años de 1985-86, taller del cual era yo el profesor encargado.
Años más tarde este adolescente llegaría a ser uno de los
poetas mestizo-huilliche más reconocido en Chile y en el extranjero,
con una obra en pleno desarrollo, dotado de un indiscutible
talento para hacer de la poesía una escritura poderosamente
ligada a las memorias más profundas de la cultura mapuche
huilliche de los llanos y montañas de Osorno, del campo y
la ciudad, del ayer de despojos y del hoy de reducciones.
Tópicos éstos que en su libro Ceremonia textualiza a través
de la recuperación de la práctica del nütram convertido, en
la escritura, en una forma de proferimiento que busca arrancar
del olvido a quienes han sido las víctimas de una historia
de despojos, de silenciamiento, de exterminio cultural y físico
[9].
Desde sus inicios, Jaime Huenún, lector infatigable, ha sido
un poeta atento a los mejores registros de la poesía moderna
internacional. Su manera “fuerte” de leer se concretiza en
el hecho de hacer de estas lecturas un medio para avanzar
hacia una poética comprometida con la urgencia de rectificar
una historia que invisibiliza a quienes pagaron, con sus vidas
incluso, el precio de una modernidad violenta, colonizadora
y desigual [10]. Hablamos
de una poesía-documento que registra la realidad de la vida
en el escenario de una dolorosa historia de subalternización
de la etnia huilliche cuyo momento actual de “derrota”, no
obstante, ha de ser el inicio de una insubordinación de las
memorias y, sobre todo, el momento en que el mapuche huilliche,
empobrecido, humillado, bestializado en muchos casos, ha tomado
en sus manos la tarea de construir su propia modernidad emancipatoria.
Precisamente la poesía, en el campo estético, es la punta
de lanza de esta insubordinación.
La lírica de Huenún es un permanente diálogo con la poesía
de los libros, escrita por esos poetas que han cantado la
belleza y el dolor de sus pueblos, que han sabido instalar
un efecto de refrescante extrañeza sobre la cotidianidad trágica
a veces, gratificante otras. Su poesía es también un continuo
homenaje a los referentes y hablas de la cotidianidad de aquellos
que no están ni han estado en el bando de los vencedores y
que vienen, además, de madre y/o padre indígena; antiguos
habitantes de bosques convertidos hoy en terrenos erosionados
o en plantaciones de pino o eucalipto; seguidores de divinidades
y rituales despreciados por la cultura blanca pero que han
hallado en la poesía —por fortuna— un lugar de supervivencia
poderosa, prestando sus metáforas y símbolos originales para
una escritura que se empeña en ser registro de memoria, de
denuncia, de íntima y protectora metafísica del yo ante un
mundo hostil.
En un temprano poema-diálogo con César Vallejo, Huenún fija
una de las líneas escriturales que vertebran su poesía: el
insistente esfuerzo por arrancarle a las palabras la más vital
realidad que sea posible, empeño sostenido para que la poesía
sea las cosas mismas que nombra, aun a sabiendas de que la
empresa de hacer que verbo y materia sean de veras uno es
tarea ya no humana:
El mundo se concentra en tu índice,
César, y acusa
a mis poemas de no tener ni la más remota filiación
con tus Jueves parisienses.
¡Ah! no sabes cuán indiferente me es Dios
y nunca podrías medir el gran esfuerzo
que mis poemas hacen por llegar a ser
dignos hijos suyos.
Pero sabes desde hace tiempo ya,
que las cunas hieden a sepulcro
y que los llantos siempre son izquierdos
golpes a la mejilla del oído derecho.
Asimismo, sabes que de ti aprendí a saciar la sed
con toda el hambre humana soportable.
También que soy fiel discípulo tuyo en todo
lo tenga relación con aquello de no amar
mis manos
sino hasta que les nazca a cada una
el sexto hermoso dedo que les falta.
(“Después de leer tanto a César Vallejo”, inédito) [11]
A Huenún, poeta del dolor como Vallejo, le sale espuma cuando
escribe; la espuma de quien estruja el lenguaje para arrancarle
hasta la última gota de significado de modo de garantizar
que la poesía no traicione a la vida, menos cuando se trata
de las vidas de quienes sufrieron y murieron (verbos que por
desgracia se siguen conjugando en presente) en las tierras
de Wenteyao. En Huenún, un registro poético muy literaturizado,
libresco, coexiste con otro cercano al nütram o a los cantos
(ül) de la cultura oral indígena, algo que en sí ya es una
forma de mestizaje escritural que nos incita a transitar desde
las tramas citacionales de la poesía moderna internacional
a las tramas textuales y culturales de la memoria mapuche
huilliche local, incluyendo la propia genealogía familiar
del poeta.
No se trata, sin embargo, de dos formas de poesía diferente:
se trata de “dominantes escriturales” que se manifiestan en
equilibrios cambiantes y que no hacen sino confirmar la heterogeneidad
mestiza de su escritura. Si vamos desde el fantasmal locus
denominado Puerto Tralk, opresiva metáfora de la decadencia
y del desarraigo, hasta el prístino registro de las aguas
suspendidas sobre el follaje de los bosques, en íntima cercanía
con el sol, (cf. por ejemplo, “Huachihue”, 26, y “Último cielo”,
40, en Ceremonias) hallamos muchas paradas intermedias en
las que nos encontramos con poemas “documentales” que aluden
a los miembros de la familia del poeta, a escenas de feria
campesina en la ciudad de Osorno y, en particular, el herrumbroso
barrio Francke donde transcurrió la infancia del poeta; referencias
a mareros (indígenas recolectores de productos marinos) que
nos retrotraen a esos tiempos en que la naturaleza con generosidad
entregaba sus alimentos a quienes, con respeto sacro, se aventuraban
en las costas de la Butahuillimapu a tratar con los elementos.
Todo percibido con los ojos de un ensueño visionario; algo
que otorga a las cosas, aun a las más cotidianas, una cierta
extrañeza propia de quien ha aprendido a conversar con los
vivos y con los muertos como si ellos —todos reunidos y dotados
de una espectralidad acusadora— anduvieran por aquí en casa,
tan campantes, diciéndole al poeta que su trabajo como escritor
consiste justamente en darles voz en la escritura. Que esos
suyos sean sus poetas amados y su gente mapuche-huilliche-mestiza,
de antes y de ahora, es un asunto de elección existencial
informada por un compromiso ético con la memoria de ese particular
campo de experiencias fundantes de su subjetividad, experiencias
que configuran la base sustantiva de la economía política
de la imaginación lírica de Jaime Huenún Villa [12].
Podríamos decir que el sujeto lírico de Huenún sigue un itinerario
similar al de Delia Domínguez: de fundarse inicialmente en
un yo íntimo, poéticamente conformado según experiencias líricas
suscitadas por las lecturas de Vallejo, Tralk, Rilke, Teillier,
Pablo Antonio Cuadra y otros muchos —digamos, un sujeto lírico
que deliberadamente se hace uno con el yo biográfico que opta,
como elección de vida, por la poesía—, ha devenido en un sujeto
cada vez más lugar de la elocutio colectiva de los suyos.
No es que se anule el yo-Huenún Jaime Luis, con sus “temporales
huesos” sufrientes; lo que sucede es que a este yo-Huenún
desde Ceremonias se le vienen agregando roles que sobrepasan
la condición de voz de sí mismo: se hace cronista de la historia,
memorialista de las tragedias de su pueblo, documentalista
narrativo de escenas cotidianas de los suyos, voz intensamente
lírica que profiere personalísimos testimonios de amor y contemplación,
ventrílocuo de Huenteao (o Huenteyao) hablando desde la roca
de Pucatrihue. En Puerto Tralk el yo asume un rol, diríamos,
de “narrador lírico” de una alegoría poética que presta voz
a diversos personajes fantasmales en una estrategia escritural
que recuerda escenas de Pedro Páramo o aquella escena homérica
en que Ulises visita el Hades para despedirse de su madre
ya muerta.
Si hay un sujeto poético mestizo en Huenún, éste emerge justamente
de esta condición plural: un sujeto móvil, muy lejos del riesgo
de quedar fijado en el nicho del yo mapuche huilliche subalterno,
esclerotizado por el discurso oficial dominante como una otredad
disponible para el asistencialismo material y simbólico de
parte del estado chileno y/o funcional a un cierto activismo
cultural-indígena que se empeña en defender o recuperar una
determinada forma de “pureza” etnocultural que se sustenta
en una suerte de deseo absoluto de pasado. En la poesía de
Huenún, la interculturalidad aparece como un campo de significaciones
en proceso problemático, abierto, que necesita ser constantemente
reformulado en y mediante el discurso de la poesía si lo que
se quiere es que la interculturalidad funcione como estrategia
de subversión de la historia y la memoria y sea a la vez una
situación vital desde la cual documentar los vientos contrarios
de la modernidad. Por algo Huenún en su discurso de recepción
del Premio Pablo Neruda en 2003, al cierre de su alocución,
enfatizará su hibridez múltiple:
Quiero por último decir que lo indígena mío emerge como un
diálogo conflictivo entre
sangres y culturas diversas, esto es, como un torrente textual
híbrido que pretende
hacerse cargo tanto de fragmentos de pulsiones y contradicciones
universales
contemporáneas, como asimismo de las potencias del sueño,
la magia, el mito y la
tragedia que sostienen la cotidianidad, los imaginarios y
las utopías del pueblo al cual
una parte de mi destino y de mi memoria pertenecen (en línea).
Huenún no es un poeta que pueda ser calificado, sin más, como
poeta mapuche huilliche, si por ese rótulo entendemos la asunción
de una cierta marca registrada que le garantice reconocimiento
institucionalizado de su “otredad” étnica y cultural en el
escenario del estado chileno de hoy cuya mala conciencia se
oculta tras la fachada de diversos programas de apoyo supuestamente
destinados a reforzar la identidad de los pueblos originarios.
Él mismo, en declaraciones y en su propia escritura poética,
se ha encargado en más de una ocasión de dejar en claro su
origen mestizo, de sangre y de cultura, y de reafirmar la
fidelidad a ese origen, lo cual no es en absoluto impedimento
—al contrario— para ejercer el rol de animador y difusor de
la poesía mapuche contemporánea dentro y fuera de las fronteras
chilenas [13].
No puede extrañar entonces que Puerto Trakl coexista con Ceremonias,
que sus poemas más comprometidamente etnoculturales —que se
inscriben en una especie de épica testimonial de la memoria
subalterna indígena— convivan con poemas cuyos códigos de
lectura hay que buscarlos en la poesía alemana (en Georg Trakl,
por ejemplo) o en los relatos de Melville. A primera vista
Puerto Tralk puede parecer un raro paréntesis en su poética
etnocultural; pero lo cierto es que estos poemas, “mezcla
de mundo arcaico y una arcadia soñada pero inútil” (Naín Nómez,
contraportada de Puerto Tralk), vienen a evidenciar que la
poética de Huenún no es en realidad etnocultural en el sentido
restrictivo del término, sino que su mundo poético se ha venido
construyendo como implacable crítica de una modernidad desigual,
que nos ha llevado, cual barco ebrio, al puerto de la melancolía
y la decadencia, puerto del cual el propio yo-poeta es también
habitante atrapado en ese territorio situado en el entrevero
dantesco de la vida y de la muerte. Me atrevo a sostener que
la vía de salida de esta antiarcadia de pesadilla Huenún la
está construyendo a partir de la historización radical de
la memoria, la que halla su razón de ser en dar voz y visibilidad
a los suyos mestizo-huilliches, y recuperar en ellos y con
ellos y con las voces de la poesía moderna internacional una
forma de modernidad cuyo rumbo sea contrario, o distinto al
menos, al puerto de la melancolía y de la enfermedad [14]:
Otra tierra ha de hallarse mejor que esta colina,
mejor que esta bahía donde muere la luz.
Otra tierra ha de hallar se donde el pan sepa a pan,
y no a sudor de hombre sin patria y sin destino.
(Puerto Tralk, 49)
La escritura poética de Huenún cabría, pues, verla como el
resultado de un “nomadismo cultural” que se materializa como
“nomadismo textual” a partir del cual emerge una representación
indígena y mestiza de aquellas experiencias de vida, incluyendo
las experiencias de lectura en su sentido más radicalmente
iluminador para fines de escribir poesía. Lo mestizo, entonces,
no es la simple mezcla o confluencia de significaciones provenientes
de troncos culturales y/o étnicos diferentes, ni se manifiesta
en su poesía como la ilustración de una categoría cuyos límites
semánticos estarían predefinidos y serían preexistentes a
la escritura poética. Me parece más productivo ver lo “mestizo”
en Huenún como una forma de sensibilidad y pensamiento estratégico
dialógicamente adaptable a las circunstancias concretas de
la vida personal y de la historia familiar, comunitaria y
aun nacional; circunstancias que se textualizan de diversos
modos: desde la escritura como transliteración de la memoria
étnica de base oral y/o de la memoria de la escritura tanto
histórica o cronística como poética en su forma más fuertemente
moderna —la que, dicho de modo esquemático, pone en interdicción
la capacidad misma del lenguaje de nombrar lo que nombra—
hasta el activismo cultural y literario [15].
LAS LINEAS PARALELAS EN ALGÚN PUNTO SE UNEN
Delia Domínguez y Jaime Huenún, poetas de edades distantes
y de orígenes etnoculturales contrapuestos. Ella descendiente
de colonos alemanes por línea materna, crecida en una familia
de terratenientes de origen europeo, quienes, de un modo u
otro, fueron responsables —o cuando menos beneficiarios— de
los despojos territoriales y culturales de que fue víctima
la etnia mapuche huilliche; él, por su lado, descendiente
de huilliches por línea paterna, heredero de tales despojos
territoriales y culturales. Ambos hoy participan del común
territorio de una poesía que no renuncia a sus respectivas
memorias genealógicas ni oculta las suturas de una historia
hecha a punta de voluntad algunas veces y de violencia las
más. Que Delia Domínguez pueda escribir un poema sobre los
frascos azules que quizás vinieron de Hamburgo en un tiempo
épico cuando los inmigrantes germanos, hacha y fuego en mano,
arremetían contra los bosques osorninos para convertirlos
en praderas, puede ser lujo de una clase rural privilegiada
propietaria de una memoria cuyos referentes últimos vienen
efectivamente de Europa [16].
Un lujo si pensamos que Huenún si escribe sobre objetos (como
de hecho escribe), no será para celebrar el triunfo de éstos
o de sus dueños en tanto ejemplos preclaros de una modernidad
que alguna vez pareció meteóricamente lanzada a la vanguardia
del “progreso” industrial y agrícola sureño. No hay nada de
Europa que pueda celebrar como suyo, salvo tal vez la lengua
de Castilla en la que escribe y salvo los poetas alemanes,
franceses, ingleses, de quienes aprende modelos de escritura
poética que se entremezclan con la memoria oral, con la relectura
de historias locales.
El empeño de Huenún, como el de muchos otros poetas chilenos
de origen indígena, es construir una modernidad poética que
pise, con igual fuerza, viejos y nuevos terrenos locales y
globales. Su poesía, más allá de si la temática específica
aborda o no referentes identitarios, es una contundente respuesta
a los despojos y reducciones de las que han sido víctimas
los pueblos originarios de Chile desde los tiempos de Pedro
de Valdivia, despojos que —manu militari de por medio— se
agudizaron dramáticamente en la segunda mitad del siglo XIX
y luego, ya en el siglo XX, con leyes y con una administración
de justicia amañadas a favor del “huinca” (hombre blanco)
inescrupuloso.
No hay, pues, lugar para la celebración de los “frascos azules”
de Hamburgo o para sinfonías de Malher, pianos de colas o
beer fest en la memoria poética de Huenún; sí para el recuerdo
emocionado y apasionado de sus ancestros que vivieron y murieron
en las orillas olvidadas del mundo, brutalmente borrados de
las memorias dominantes de la nación o, a lo más, etiquetados
como “indios flojos y borrachos”:
Aura de las Aguas, Elías Huenún,
Ezequiel enterrado en los llanos de Osorno,
todos mis parientes aferrados a las llamas,
bruñidos por el oro de la hechicería.
Te diré, hijo mío, que soñé con Herminia
[…]
Te diré, hijo mío, que he visto sabandijas
bajando de mi cama apenas raya el día.
Aura de las Aguas, Elías Huenún
Catalina, Zulema, Carlos, Margarita,
todos mis hermanos nombrados noche a noche
en la tierra y el eco de las montañas perdidas.
(“Entierros”, La memoria iluminada: poesía mapuche contemporánea,
189-191)
Si el tomo elegíaco y denunciatorio del recordar de Huenún
no tiene un equivalente en la poesía de Domínguez —sus ancestros
no sufrieron en Chile ni la reducción ni el despojo—, sería
más que injusto inferir de esto que Domínguez vendría a ser,
entonces, una “intelectual orgánica” de la clase social conformada
por terratenientes de origen alemán que alguna vez (entre
los años 30 y 60 del siglo XX) dominó sin contrapeso en los
campos agrícolas de los llanos de Osorno. No lo es en absoluto.
Crecida en los extramuros de la “germanidad” agraria, creyente
católica y a la vez libre pensadora, colisionó en muchas ocasiones
frontalmente contra los rígidos códigos familiares de la rama
materna; amiga entrañable de Pablo Neruda y de otros muchos
intelectuales comunistas del círculo nerudiano, Domínguez
despliega una memoria/escritura que en sus últimos libros
se ha venido crecientemente ampliando y profundizando al incorporar
sujetos, objetos y lenguajes populares, y sobre todo una potente
valoración de lo indígena, ámbito éste que se ha vuelto componente
cada vez más fundamental de su mundo lírico [17].
El notable poema en el que Domínguez celebra el nacimiento
de Likan Colipán, hijo del poeta mapuche-huilliche-mestizo
Bernardo Colipán Filgueira, hay que verlo no como simple poema
de circunstancia. Es la evidencia de que la imaginación poética
de Domínguez, no obstante provenir ella de la orilla chileno-alemana
de Osorno, se alimenta de todas las leches maternas de las
culturas vivas del paralelo 40 sur, ese cronotopos multicultural
y, en su caso, femenino que constituye la morada vital de
Delia [18]. Nadie sobra
a la hora de construir una poesía leal con la memoria, leal
con la vida de quienes hicieron posible, con sus triunfos
y fracasos, que hoy estemos aquí, recordando, pensando, poetizando
nuestras más íntimas experiencias, celebrando el nacimiento
de un nuevo ser humano cuya condición racial no es precisamente
germánica.
Un niño con dos alas corta los vientos del planeta
sobre una América parida sin Dios ni ley, pero
con Dios y ley para los sueños emplumados
[…]
Y desde las revolturas de esta misma tierra,
Likan Colipán, nombrado: “cuarzo que atrapa la pureza del
sol”,
que todavía no aprende las palabras pero,
que sí maneja los poderes del cúntur
manda a decir que las alas no doblan a morir,
que en el huevo azul polar antártico
están las yemas de la oración guerrera
que nace con letra y música por las bocas del viento.
(“Ala de cóndor (cúntur, voz quechua)”, Clavo de olor, 41-42)
A MODO DE CONCLUSIÓN: PERFILANDO EL PARADIGMA DEL
SUJETO LÍRICO MESTIZO EN EL PARALELO 40 SUR
Aunque en este trabajo apenas si hemos esbozado un análisis
de la “combinación jerárquica” de los componentes del sujeto
lírico (cf. Slawinski, 9), sí podemos aventurar algunas aproximaciones
generales provisionalmente concluyentes [19].
Lo primero es que la actitud del yo lírico de ambos autores
hacia los actos creadores y sus respectivas situaciones socioliterarias
se define por una radical confianza en el poder evocador del
lenguaje y sus efectos de amplificación visionaria, cuando
éste se pone al servicio de la verbalización de las experiencias
de vida y de lectura, en el marco de una memoria comprometida
con lo propio. Lo evocado se torna documento de una historia
que la poesía, más allá de las singularidades de ambos poetas,
formaliza como polifonía de voces subalternas.
Lo anterior no impide, sin embargo, presentar la palabra poética
en permanente búsqueda de sentido, de manera que la conciencia
metapoética permea y contribuye a determinar la naturaleza
de las escrituras de Domínguez y Huenún. Lo metapoético adquiere,
eso sí, una singular connotación: no se agota en el despliegue
de un discurso sostenido en el tópico de que la relación lenguaje-realidad
es un impasse sin solución posible, tanto que cualquier textualización
de lo real sería en última instancia una lectura/escritura
errónea acerca de la naturaleza última, siempre incognoscible,
siempre impresentable, de aquello que no es texto. En el caso
de la poesía aquí comentada, la búsqueda de sentido la entendemos
como una migrancia continua entre diversos campos de experiencia,
textuales y no textuales, que son constitutivos de la condición
de sujetos líricos heterogéneos, caracterizados, en palabras
de Cornejo Polar, porque sus experiencias de vida no tienen
por qué sintetizarse en “un espacio de resolución armónica”
(en línea).
Domínguez y Huenún, cada uno a su manera, son sujetos migrantes,
y no sólo en la ficción poética. A la ruralidad originaria
de Delia Domínguez pronto se le añadieron experiencias citadinas
en Santiago de Chile. Pero no ha habido suplantación del campo
por la ciudad, sino un constante ir y venir entre Santiago
y Santa Amelia de Tacamó, una suerte de nomadismo vital que
no ha hecho sino reforzar la evocación de los espacios-voces
de la ruralidad pasada y presente. Aunque quizás la migrancia
más decisiva no ha sido la nomadía biográfica campo-ciudad
y viceversa sino aquél viaje, sin más retorno que el de la
memoria, que viene desde el momento de la desaparición de
un cierto sector de la clase agraria dirigente de Osorno —al
que perteneció su familia materna— a la evocación de los espacios
naturales y humanos de una época que fue, en algún sentido
al menos, esplendorosa [20].
La vieja “germanidad” agraria que denominó la industria agrícola
sureña sin contrapeso entre los años 30 y 60 del siglo XX
no produjo ninguna épica de vencedores; a la larga lo que
sí ha producido es un discurso elegíaco, cruzado de referencias
culturales varias, que habla más de las ruinas o residuos
que pueblan un presente “degradado” en el que acontece un
recordar nostálgico [21].
Pero como Delia no es, en rigor, una poeta de la “germanidad”
chilena, su manera de recordar es menos nostálgica por lo
perdido (aunque también lo es) y más una forma de vaticinio
que se esfuerza por leer el futuro, no tanto el que vendrá
mañana sino el que ya llegó: el futuro de su propio pasado,
su presente.
Huenún, por su lado, migrante que ha pasado por Osorno, Temuco,
Freire, Santiago, ciudadano trashumante de las letras, organiza
su decir alimentado por una actitud de compromiso con la construcción
de una narrativa etnocultural de insubordinación, no sólo
contra la “historia dominante”, sino —y quizás sea lo más
importante— contra la “otredad” que esa historia dominante
fija y administra a su medida. Su insistencia en el mestizaje
como categoría basal de su escritura no sería sino la insistencia
en el reconocimiento de una heterogeneidad cultural fundante:
el rol de poeta mapuche huilliche no es ni puede ser incompatible
con el rol de poeta moderno, fuertemente literaturizado, un
letrado radical que convive con el memorialista cotidiano
de su pueblo, con el estudioso de los archivos coloniales,
con el testigo de ciertas escenas diarias que se tornan en
la escritura símbolos de plenitud. Mestizaje, entonces, que
no hay que verlo como “síntesis”, sino como una categoría
sobre lo que se funda un discurso múltiplemente situado.
En estas notas hemos insistido más en los puntos de confluencia
que de disyunción entre las poéticas y las circunstancias
que rodean a Domínguez y Huenún. Se debe al hecho de que concebimos
la obra de estos dos poetas como respuestas/propuestas estéticas
locales al desafío de construir modernidad literaria desde
y con una territorialidad local, cuyas significaciones identitarias
(su historia, su naturaleza, sus atmósferas humanas, sus rituales
y tragedias, etc.) son o pueden ser el soporte de una poesía
que no renuncia a ser documento que registra la humanidad
profunda de quienes, desde su anonimato, aportan voz y memoria
a la poesía. La simpatía y respeto por la oralidad “literaria”
de las mujeres huilliches de parte de Domínguez se corresponde
con la simpatía y respeto de parte de Huenún por la poesía
alemana (el expresionismo alemán en particular). Una es hija
de la clase rural dominante; el otro de los despojados y desplazados
de la tierra; pero uno y otro convergen al menos en un aspecto
crucial: la poesía, que, cuando desencadena una genuina experiencia
estética, como ocurre con la de estos autores, proyecta una
emocionalidad que mueve hacia el comunitarismo, hacia la cercanía
con el otro, a la vez que abre puertas para revisar los mitos
fundacionales sobre los que se construye y cimienta a menudo
y por desgracia la intolerancia y la discriminación.
Notas
* Este trabajo forma parte
de la ejecución del Proyecto 1095026, financiado por el Fondo
Nacional de Ciencia y Tecnología de Chile (FONDECYT). La presente
reflexión se inscribe en el marco de un trabajo mayor en el
que desarrollan aproximaciones tanto teóricas como críticas
sobre el sujeto lírico mestizo. En esta oportunidad, sin embargo,
por cuestiones de espacio, las consideraciones teóricas han
sido reducidas al mínimo y, en lo que concierne al examen
de los sujetos líricos mestizos en la poesía de Delia Domínguez
y Jaime Huenún, se avanzan planteamientos todavía iniciales
pero que, pensamos, permiten aproximarnos con alguna certeza
a la naturaleza de sus respectivos mundos poéticos.
1] La fórmula, en rigor,
la tomo de John Beverley quien la repite en diversos trabajos,
sobre todo en aquellos relativos al testimonio. El lector
puede revisar, al respecto, “Testimonio y política imperial”,
entre otros trabajos.
2] Su primer poema Delia
lo escribió a los siete años. “Su abuelo Olegario Mohr, en
el fundo Bellavista, la castiga por alguna de sus desobediencias,
encerrándola en una pieza obscura por un par de horas. Allí
para entretenerse hurga en un cajón con revistas y encuentra
una “Margarita” donde se llama a un concurso poético [escolar].
Ella escribe su poema [“La uva”] en un papel […]” (Marambio,
89). Tres meses después de ese episodio recibe la noticia
de que ganó el concurso. La propia versión de Delia no es
del todo coincidente con la de Marambio: “Cuando estaba en
el colegio de las monjas alemanas en Osorno, interna porque
mi madre había muerto cuando yo tenía 5 años, muy sola, tanto
que hablaba con los perros y los caballos. Era una niña transgresora
e insolente por lo cual las monjas me encerraban castigada.
En uno de esos castigos leí en la revista "Margarita" las
bases para un concurso nacional de poesía para los alumnos
de enseñanza básica que se llamaba "La uva", allí escribí
un poema sin saber claramente qué era un poema, y con él gané
el primer premio” (Domínguez, entrevistada por Maldonado).
Paite del poema aparece transcrito en el trabajo de Marambio
antes citado. Por otra parte, en El sol mira para atrás. Antología
personal de poesía y prosa, Domínguez reúne un conjunto de
crónicas, de notable factura poética, originalmente publicada
en magazines, principalmente en Revista Paula.
3] En el mundo rural es común
interpretar ciertos comportamientos de los animales como anuncios
de que va a suceder algo no habitual. Si los perros aúllan
en la noche sin razón aparente se interpreta como anuncio
de muerte próxima de algún habitante de la casa; lo mismo
si una gallina canta como gallo. Si las yeguas se revuelcan
en la pampa, es signo de que están en celo (aunque no siempre
es así en realidad) y, por extensión, anuncian nueva vida.
4] La información sobre mujeres
indígenas que ayudaron a criarla me la dio ella misma en una
comunicación personal. Recordemos que perdió a su madre a
los cinco años; falleció en Los Andes aquejada de tuberculosis.
5] Wenteyao (también Huenteao
o Huenteyao): especie de divinidad mapuche huilliche representada
como un “abuelito” guía sabio del pueblo mapuche huilliche
y que “vive” en una roca en Pucatrihue, localidad costera
de la provincia de Osorno.
6] Butahillimapu: en mapdungún,
grandes tierras del sur. (Nota de Delia Domínguez).
7] Lápiz de piedra blanca
antiguamente usado por escolares para escribir en sus pizarras
de colegio. (Nota de Delia Domínguez).
8] Los versos corresponden
al poema “Ceremonia del amor” incluido en el libro Ceremonias
(Santiago: Editorial Universidad de Santiago, 1999. 17-18).
Domínguez cita el poema desde Muestra de poesía chilena, M.
T. Adriazola y V. Zondeck, eds. (Santiago: Ediciones Cartas
al Azar, 1989).
9] Nütram: “conversación
mapuche que entrelaza retazos de mitos, recetas medicinales
e historias de parientes y vecinos vivos y difuntos” (Huenún,
Ceremonias, 47). En otra parte me he referido con más detalle
al nütram como estrategia de composición texual de Ceremonias.
Ver “Ceremonias para alumbrar las viejas sabidurías: conversación
de vivos y difuntos”, prólogo del libro mencionado.
10] La noción de lectura
“fuerte”, en el sentido de lectura plena, la tomo de Harold
Bloom: “no leer El rey Lear plenamente (es decir, sin expectativas
ideológicas) es ser objeto de fraude cognoscitivo y estético.”
(Cómo leer y por qué, 6). Entendamos entonces —siguiendo a
Bloom— que leer de una manera fuerte equivale a leer con expectativas
ideológicas que se enmarcan, eso sí, más en una práctica de
reflexión, de sopesamiento de las posibilidades de realidad,
de meditación, que de adscripción a ciertas doctrinas ideológicas
que propugnan determinados modelos de organización política
del orden social y cultural.
11] Mabel García en “Entre-textos:
la dimensión dialógica e intercultural del discurso poético
mapuche” cita una versión, también inédita, un tanto distinta
de este poema no recogido en libro. Por mi lado, cito de una
versión recibida de parte del propio poeta, hace varios años,
por lo que es muy probable que la versión que cita García
sea una versión posterior a la que transcribo. Las diferencias,
sin embargo, son más de versificación que de palabras. Dice
García sobre el poema: “este escritor busca a través de la
intertextualidad demarcar su territorio conceptual al amparo
de una tradición de lecturas que han impregnado su camino
en la poesía, estableciendo un diálogo conflictivo y próximo
con Vallejo y su obra” (21).
12] Con la expresión “economía
política de la imaginación” aludo a las condiciones en las
cuales se organiza la producción escritural del poeta: básicamente
sus experiencias vitales y textuales tamizadas por la poética
del nütram.
13] Huenún ha sido compilador
y editor de al menos dos importantes antologías de poesía
chilena de autores de origen indígena: Epu mari ülkatufe ta
fachntü / 20 poetas mapuches contemporáneos y La memoria iluminada:
poesía mapuche contemporánea. Además ha sido compilador de
Antología de poesía indígena latinoamericana, que incluye
a 21 autores de nacionalidad chilena. Ver bibliografía.
14] La escritura de Reducciones,
libro in preparación desde hace varios años, y parcialmente
conocido por mí, avanza precisamente en la dirección aquí
esbozada.
15] Desde hace varios años
Huenún ha venido arduamente trabajando en promover la visibilización
nacional e internacional de la agenda de la poesía indígena
chilena, en particular la mapuche.
16] Tengo en mente el poema
“Los frascos azules” de Domínguez: “No sé la leyenda de los
frascos, /una mano que amaba me los pasó en silencio:/ eso
fue todo. Alguien dijo una vez/ que eran viajados, que tomaron
el color del mar/ cuando los colonos, hace ciento cincuenta
años/ largaron sus velas en Hamburgo” (La gallina castellana…,
72). Tras el velo levemente épico de esta alusión, Domínguez
en realidad hace de ellos un símbolo contenedor del soplo
vital de su yo.
17] Delia perdió a su madre
a los cinco años. Criada en el entorno de su familia materna,
siempre fue una niña que se adaptó a medias a los rígidos
códigos morales, religiosos y de clase de una abuela “alemana”
que nunca vio con buenos ojos a los Domínguez ni menos aprobó
del todo que tuviera una nieta poeta. El apoyo de su padre,
juez muy sensible a los problemas sociales de entonces y amigo
del padre del escritor Francisco Coloane, fue decisivo para
sostener su vocación de escritora (comunicación personal de
la autora).
18] Queda para otra oportunidad
indagar en profundidad en la dimensión femenina del mestizaje
de Delia Domínguez.
19] “Si hablamos de todo
ese paradigma como de una personalidad supuesta en el texto
poético, podríamos hablar de sus componentes particulares
como de roles. Esos roles son ante todo: 1) una determinada
actitud del «yo» hablante hacia las circunstancias psicológicas
y objetuales del enunciado; 2) su actitud hacia la «segunda
persona», hacia el partenaire (o partenaires) —evocado o sólo
potencial— de la situación lírica; 3) la actitud del «yo»
hacia el sujeto los actos creadores y hacia la situación socioliteraria
en que se sujeto se halla; y 4) la actitud del «yo» hacia
determinados elementos de la biografía del escritor. E il
sujeto lírico es una combinación jerárquica de esos roles
elementales” (Slawinski, 9).
20] Según Marambio, el abuelo
materno de Delia Domínguez, Olegario Mohr llegó a tener siete
fundos que sumaban unas 2000 hectáreas. Hoy día, esas tierras
están en otras manos. Delia apenas si retiene para sí la casa
donde nació y una pequeña parcela circundante.
21] Guardando, por cierto,
las singularidades correspondientes, diversos poetas chilenos
del sur que trabajan poéticas etnoculturales y que en sus
genealogías familiares tienen a emigrantes o descendientes
de emigrantes alemanes tienden a confluir en una sensibilidad
nostálgica de un pasado que viene a ser acusación de un presente
de pérdida o al menos de incertidumbre. Además de Domínguez,
tal es el caso de Clemente Riedemann, Marlene Bohle, Mónica
Jensen, Antonieta Rodríguez, todos poetas actualmente activos.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
Beverley, John. “Testimonio y política imperial”. En línea: Miradas. Revista del Audiovisual. Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba. En: https://www.eictv.co.cu/miradas/index.php?option=com_content&task=view&id=371&Itemid=99999999 [30 de mayo 2009].
Bloom, Harold. Cómo leer y por qué (Trad. Marcelo Cohen). Bogotá: Norma, 2000.
Cornejo Polar, Antonio. “Una heterogeneidad no dialéctica: sujeto y discurso migrante en el Perú moderno”. En línea: www.cholonautas.edu.pe/modulo/upload/corn.pdf [20 de mayo de 2009]
Domínguez, Delia. El sol mira para atrás. Antología personal de poesía y prosa. Santiago de Chile: Catalonia, 2008.
- “Señales de un poesía mestiza en el paralelo 40 sur. Discurso de incorporación a la Academia Chilena de la Lengua (25 de mayo de 1992)”. El sol mira para atrás. Antología personal de poesía y prosa. Santiago de Chile: Catalonia, 2008: 107-117.
- Clavo de olor. Barcelona: Randon House Mondadori, 2004.
- La gallina castellana y otros huevos. Santiago: Tacamó Ediciones, 1995.
García, Mabel. “Entre-textos: la dimensión dialógica e intercultural del discurso poético mapuche”. Revista Chilena de Literatura 72, 2008: 29-70 . Versión en línea disponible en: https://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-22952008000100002&script=sci_arttext [26 de junio 2009].
Huenún, Jaime, comp. Antología de poesía indígena latinoamericana. Los cantos ocultos. Santiago: LOM, 2008.
- ed. La memoria iluminada: poesía mapuche contemporánea. Málaga: Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2007.
- “Discurso de recepción del Premio Pablo Neruda, 2003”. Versión PDF en línea: https://sergiomansilla.com/revista/descargar.shtml [30 de junio 2009].
- ed. Epu mari ülkatufe ta fachntü / 20 poetas mapuches contemporáneos. Santiago: LOM, 2003.
- Puerto Tralk. Santiago: LOM, 2001.
- Ceremonias. Santiago: Editorial Universidad de Santiago, 1999.
Maldonado, Sandra. “Delia Domínguez. Enérgica paloma de los montes” (entrevista a Dielia Domínguez). En línea: https://www.poesias.cl/reportaje_delia_dominguez.htm [23 de junio 2009].
Marambio Vidal, Albertina. “Delia Edelmira Domínguez Mohr”. Perfiles culturales. Personajes y hechos culturales de la provincia de Osorno (vivencias de seis décadas). Santiago: Argé, 1998: 88-100.
Santa Biblia, versión Reina-Valera, revisión de1960. En línea: https://www.amen-amen.net/RV1960/ [26 de junio de 2009].
Slawinski, Janusz. “Sobre la categoría de sujeto lírico”. Textos y contextos. Una ojeada en la teoría literaria mundial, vol. II. Selección y traducción por Desiderio Navarro. La Habana: Arte y Literatura, 1989: 333-346. Versión PDF en línea: https://www.criterios.es/masalla/iii27.htm [2 de mayo 2009].
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